No soy devoto de Almudena Grandes, pero valoro muy positivamente sus libros y sus escritos periodísticos, aunque le tocase la ingrata tarea de sustituir al gran Vázquez Montalbán en la columna semanal del lunes en la última de EL PAÍS . Este lunes lo ha clavado a mi entender y creo muy necesario compartirlo con vosotros.
Abril
ALMUDENA
GRANDES8 ABR 2013
El juez Castro, como cualquier persona con
sentido común, no cree que el Rey no comentara con su hija la situación de su
marido. Bien, pues mi sentido común me impide creer que no haya preparado con
su hijo el discurso de apoyo a la judicatura que le ha deparado el papel de
poli bueno, reservando para su Casa el de poli malo, en esta lamentable
historia.
Perdónenme un principio tan abrupto, pero yo
también voy de sorpresa en sorpresa. Me sorprenden las críticas semánticas y
estilísticas que cuestionan un auto transparente como el agua. Y el prestigio
del fiscal, cuando en otros casos, como el de Garzón, no se dio valor alguno a
su discrepancia. Y las declaraciones de García Margallo, como si la actuación
de la justicia encarnara un riesgo más grave para la marca España que la
constancia de que el yerno del Rey se ha forrado con dinero público. Y las
voces que piden la abdicación, como si el enésimo recurso al truco del trilero
–por aquí, por allí, ¿dónde está la bolita?- lo resolviera todo.
Ni ustedes ni yo tenemos la culpa, pero Felipe de Borbón será
siempre el cuñado de un corrupto, de cuya esposa se sospechó –como mínimo- que
cooperara al enriquecimiento ilícito de ambos. Un hipotético éxito de la
fiscalía no hará más que empeorar esa percepción. Cualquier solución es mala,
pues todas chocan con la única ley capaz de resolver el destino del Estado
español: la ley de la gravedad. Porque las manzanas se caen de los árboles por
mucha gente que se asfixie de tanto soplar hacia arriba, y el fruto de la
Transición está más podrido que maduro. Ya está bien de mover la bolita. En
este abril de lluvias torrenciales, resplandece más que nunca la memoria de
otro abril, que fue capaz de devolver la ilusión democrática y la fe en el
futuro a un país desahuciado, que se llamaba España y, por cierto, se parecía
bastante a éste.
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